jueves, 24 de noviembre de 2011

La crítica de las almas

La crítica de las almas.
Sergio Valdés Pedroni.
PO en la Doce calle esquina (a MC).

















–1–
“Suspender el reflejo de la luna en un gesto, el más pequeño o sutil, y
conseguir que el público sienta la necesidad de saltar hacia el escenario
para abrazarlo… Esa es por ahora mi utopía como actriz”. Con estas
palabras, dichas a cámara a mitad del rodaje de un corto del Taller de
Cine donde interpretaba a una puta, Patricia Orantes definió la
naturaleza poética de su método actoral y su vínculo con el teatro.
Veinticinco años más tarde sigo convencido que no por casualidad sus
iniciales evocan al poeta chino que murió intentando abrazar el reflejo de
la luna sobre la superficie de un río interminable. Desconozco si alguna
vez leyó los versos que Li Po dedicó a la embriaguez, o si éste,
desafiando la lógica y el tiempo, susurró a su oido ingenuo los secretos de
la autenticidad… Una cosa es cierta: la presencia de PO en el escenario –
o detrás de bastidores, observando la escena que dirige– es una prueba
concreta de cómo el teatro de posguerra fue capaz, en la Guatemala
herida, de reinventar su perspectiva.

–2–
La experiencia interior de la alegría y la tristeza, el tiempo humano
detenido en el umbral de una ventana imaginaria que da hacia la libertad,
la luz sin principio ni final que ilumina el rostro postergado de la locura o
la lucidez… He aquí tres de las imágenes que produce Doce calle
esquina, creación colectiva del Laboratorio Teatral de la Universidad
Rafael Landivar, bajo dirección de PO.
El sótano abandonado de un hospital psiquiátrico es el espacio metafórico
de esta intensa exploración escénica del imaginario guatemalteco y de las
huellas de la privación, la discriminación y la mentira sobre el alma
humana “en un país gobernado por la ciega opacidad de la intolerancia
y el desamor”.
Con dramaturgia de Estuardo Galdámez, construcción colectiva a partir
de un proceso de investigación en la realidad y actuaciones de Esvín
López, Noé Roquel, Mariam Arenas y el propio Galdámez, Doce calle
esquina apela con acierto a fórmulas conocidas del teatro independiente:
proximidad radical del espectador en un espacio no convencional,
escenografía minimalista y polivalente, estructura narrativa en collage,
vestuario único con gran peso semántico, etc.
Fuera de la dramaturgia, hay dos cosas que definen la eficacia de la obra.
La primera es la intensidad actoral de Noé Roquel (actor de origen
indígena que actúa a un paciente psiquiátrico indígena que a su vez
encarna la ternura, la rabia y la poesía) y de Mariam Arenas (Juana
Chispa, Juana obsesiva, Juana lealtad…), reafirmando su capacidad de
pasar, en un segundo, de la duda a la certeza, el odio al amor, la voluntad
de vivir con alewgría al desencanto suicida. A ellos se suma el respaldo
sin objeciones de Esvin López –una suerte de vocero intemporal de La
Toma de la Bastilla-, y Galdámez, quizás el más frágil de todos en este
aspecto, pero que a mitad de la obra consigue representar de manera
convincente –sobre la silla de ruedas de Tania–, el resentimiento que
resulta de la falta de afecto. El olvido.
La segunda cosa es la dirección de PO, cuyo método –a juzgar por Doce
calle esquina– renuncia a fijar verdades escénicas universales, en favor
de un intercambio incesante entre el gesto silente y la palabra
pronunciada, las zonas de luz y las de sombra, el desplazamiento circular
de los figurantes a gran velocidad y la interrupción súbita de todo
movimiento actoral, a mitad de una escena climática. Es el método de
ponerlo todo en relación. La convocatoria y el diálogo, en vez de la

proclama inútil de “la razón enloquecida de tanto verse el ombligo”. La
fuerza de lo imprevisto. La utopía.

–3–
Doce calle esquina interroga, da lugar al placer y la angustia, convoca
emociones e invita a la reflexión. No obstante, por encima de este mérito
compartido –no cabe duda– resulta placentero y alentador notar como PO
le atribuye al teatro y a la vida, la forma de un encuentro con la plenitud.
(PS: el teatro guatemalteco “en general” no existe. Patricia es Elektra, divorciada
de Orestes, en el escenario de nuestro fracaso).

Una esquina y cuatro vidas



La locura en persona